Huyó ladera arriba con los primeros
clamores de batalla y, en su desesperada carrera, usó sus cuatro extremidades
para ascender más deprisa. Los picos estaban cubiertos por una mortaja blanca y
Europa miraba la escena con la impotencia de quien quiere gritar y carece de
voz.
Aquellas criaturas escupe-fuego
rugían tras él como fieras hambrientas; sin embargo, no había visto a ninguna
alimentarse de los de su raza, por eso nunca desconfió de ellas. Se equivocó.
Había escapado herido, cojeando y resoplando como un animal asustado… ¡Él, que
había perdido a todos sus hijos! Deseó abalanzarse sobre aquellas bestias y
encarar la muerte con la dignidad de los de su estirpe pues, ya que iba a
morir, quería hacerlo en las tierras de sus antepasados…
Un nuevo rugido y su corazón
reventó con un aullido de dolor. Abrazó una última vez a la luna, tan blanca, y
la sangre de su costado la tiñó de rojo para que nunca lo olvidase.
Las bestias arrastraron su cuerpo,
cantando un ruidoso himno de triunfo. Mientras, los Picos de Europa
entonaban una silenciosa oda fúnebre en memoria del último de sus lobos.
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