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sábado, 5 de septiembre de 2015

El laberinto del Minotauro (II): la hazaña de Teseo

... pues todos los habitantes de Atenas sabrían que con la muerte del monstruo, su futuro rey había logrado acabar con el tributo anual de los catorce jóvenes; y, cuando le preguntasen cómo había logrado llevar a cabo aquella hazaña, respondería diciendo que una hija del Minos le había proporcionado una espada y un ovillo de lino para no perderse en los corredores pero que él, temeroso de que la ira del monarca pudiese ocasionar otro desastre a sus gentes, había antepuesto la responsabilidad de su cargo al amor, y había abandonado durante su huida a la joven princesa en una de las islas gobernadas por Knossós. 

                                                                                                                                                                                                     Labrys (Capítulo XXI)



Sabiendo esto, Teseo, el hijo único del rey Egeo de Atenas, se ofreció voluntario para ir como tributo a Creta y salvar a sus compatriotas de una terrible muerte.

Ya en Cnósos, el rey Minos celebró un impresionante banquete para los jóvenes tributos de ese año, en la que sería su última cena antes de morir, aunque sus estómagos cerrados por el miedo no les permitieron disfrutar mucho de ella...

Allí presente se encontraba una de las hijas del rey Minos, Ariadna, a la que el poeta Homero en su Ilíada llamó "muy hermosa y de tirabuzones dorados". Cuando esta muchacha vio a Teseo, se enamoró perdidamente de él y le ofreció su ayuda si a cambio la llevaba consigo a Atenas y la convertía en su esposa. Teseo, viendo la belleza de la joven y pensando en la ayuda que podía ofrecerle, así se lo prometió, por lo que Ariadna, aprovechando que su padre no la veía, entregó al príncipe una espada para dar muerte al Minotauro y un ovillo de lino para poder deshacer el camino y hallar la salida del laberinto.

Cuando los soldados del rey encerraron a los atenienses en la prisión, Teseo usó el ovillo tal y como la princesa le había indicado y fueron abanzando todos juntos para que nadie se perdiera. Un pasillo tras otro, una habitación sin salida y vuelta hacia atrás... Así anduvieron un tiempo hasta que, al llegar al corazón mismo del laberinto, el resoplido de un animal les heló la sangre: ante ellos apareció, resollando y gruñendo, un hombre de gran estatura, musculoso y terrible, coronado por la cabeza de un toro bravo.

Durante mucho tiempo luchó Teseo contra aquel monstruo, intentando que ningún ateniense fuera alcanzado por las astas del animal mientras él mismo trataba de salir airoso de la batalla. Hasta que, cuando parecía que todo estaba perdido, el ateniense logró asestarle un fuerte golpe en la nuca, separando cabeza y cuerpo de un solo tajo. Una gran ovación resonó entonces en los muros del laberinto y los llantos y felicitaciones auparon a Teseo con furor: el Minotauro había muerto.

Ariadna había estado aguardando a su prometido con la esperanza de volver a reunirse con él y, nada más verlo salir con vida, la alegría la dominó y quiso marcharse a Atenas lo antes posible, antes de que su padre se diera cuenta de lo que había ocurrido. Teseo, fiel a su palabra, tomó inmediatamente el barco con el que había viajado hasta Creta y partió rumbo a Atenas, donde su padre estaría esperándolo impaciente. Sin embargo, a medio camino los atenienses decidieron hacer un alto para descansar del viaje y las emociones vividas, por lo que Teseo y Ariadna descendieron del navío para dormitar en tierra firme.

Ya iba a despertar Teseo a la joven princesa, cuando una visión lo cegó. En los plieges de la túnica y en los atributos que acompañaban al hombre que acababa de aparecer ante él reconoció enseguida al dios del vino, Diónisos, hijo de Zeus y, por tanto, tío paterno de Ariadna, y el estómago se le contrajo de temor. Diónisos le ordenó abandonar allí a la joven, pues él la deseaba para sí y no estaba dispuesto a permitir que un hombre mortal se interpusiese en sus designios. Ante este mandato, Teseo no lo dudó ni un instante, pues aunque Ariadna era hermosa, estaba seguro de poder encontrar a otra mujer a la que no debiese ningún favor. De modo que, aprovechando el favorable viento de popa que soplaba en la isla, el ateniense ordenó partir rumbo a Atenas, abandonando a su suerte a la muchacha cuya inteligencia había logrado salvarle la vida...

* * *

Aquí llega el fin de este mito, aunque no de las historias que se derivaron de él y de las que hablaré en nuevas entradas. Yo soy de las que piensan que tras todo cuento se esconde una verdad, pues las historias más antiguas terminan convirtiéndose en leyenda, y la leyenda en mito; pero hay que tener cuidado, pues no es menos cierto que las historias suelen escribirlas los vencedores: 
Todos lo admirarían por ello, lo respetarían como a uno de sus grandes héroes y, tal y como había dicho aquel embajador hicso, su gesta se cantaría durante generaciones... (Labrys -capítulo XXI-)






Imágen:
Theseus and the Minotaur ©Tom Kidd


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