Escribo
esto porque necesito desahogarme y la escritura siempre ha sido una buena
amiga:
Ayer,
día 17 de mayo de 2016 a las 19:15, en el andén del madrileño Príncipe Pío,
sucedió algo terrible.

Me
quedé en shock. Acababa de ver como aquel animal moría sin remedio delante de
mí y yo no había podido hacer nada por evitarlo. Entonces, mientras contemplaba
aquel cuerpecito vacío en torno al que habían comenzado a reunirse varios
curiosos, escuché a una mujer exclamar con voz acusadora: “¡Sois unos
criminales! ¡He visto como lo tirabais por las escaleras!”. Inmediatamente alcé
la vista y los vi: dos gitanos rumanos maldecían entre dientes mientras la
joven que los increpaba llamaba a la policía con agitación. Aquella pareja me
resultó familiar enseguida, pues estas personas suelen turnarse para mendigar
por los vagones de la línea y, en una ocasión en que había varios en grupo, uno
de ellos trató de robarme la cartera. Viendo aquella estampa, de pronto, todo
me cuadró: aquel perro muerto en medio de un charco de vómito y espuma estaba
demasiado limpio y cuidado, y su collar, impoluto, tenía un pequeño colgante
con un nombre grabado —su nombre—. Aquel perro había sido robado.
La
gitana, escupiendo palabras en su idioma, se dirigió entonces hacia el animal,
lo agarró por dos patas y lo arrastró por el andén, arrojándolo a un lado como
quien deja caer al suelo un saco de patatas. Se me revolvieron las entrañas.
Sentí tal rabia que las piernas me temblaron de impotencia y tuve el deseo de
hacer justicia de mi propia mano.
En
ese momento, los guardas de seguridad del metro aparecieron después de recibir
varias llamadas y retuvieron allí a la “feliz” pareja. La chica que había
llamado a la policía empezó a contar a los guardas lo sucedido y fue en ese
momento cuando me enteré de toda la historia: aquellos dos gitanos rumanos habían
colado a esos perros en el metro y le habían dado algo a uno de ellos. Este
había comenzado a echar espuma por la boca y se mostraba incapaz de andar.
Entonces, la mujer lo había agarrado del cuello y lo había arrojado escaleras
abajo. El perro negro bajó rodando por las escaleras mecánicas hasta que, al
llegar al andén, ya no fue capaz ni de respirar. Viendo que muchas personas se
habían fijado en ellos, la pareja intentó esconder al perro en un desvencijado
carro de la compra, pero enseguida la chica que había llamado a la policía
corrió hacia ellos y se lo impidió.
La
gitana, ante las preguntas de los guardas, no hacía más que negarlo todo y
decir palabras inconexas: “no, no, el perro cayó solo, yo no toqué…”, mientras
la joven, apoyada por dos testigos más, relataba lo ocurrido con impotencia.
Entonces me fijé en que una de las chicas que se habían arremolinado alrededor
del animal muerto rompía a llorar y un par de mujeres mayores tuvieron que irse
porque no soportaban la frialdad de aquellas dos personas que, con brazos en
jarras y expresiones rabiosas, estaban más preocupadas por estar perdiendo
posibles limosnas que por lo que acababan de hacerle a aquel perro.

Desde
lo ocurrido he estado dándole vueltas, intentando convencerme a mí misma de que
España aún es un país civilizado, de que la policía no permitiría que al perro
le sucediese nada malo y de que se castigaría a aquellos desgraciados… pero
siempre termino con el mismo temor una y otra vez. Honestamente, me da miedo
pensar que ese animal siga en manos de aquella horrible pareja o que termine en
una perrera a la espera de ser sacrificado.
Gracias
a una buena amiga, esta misma mañana puse en conocimiento de una abogada amante
de los animales estos hechos, con la esperanza de que haga valer la justicia por
estos dos perros que, aunque no posean inteligencia ni voluntad, sí
poseen dignidad y pueden ser víctimas de la maldad y la ignorancia de los que
se suponen superiores a ellos.
Voy a tratar de seguirle la pista a ese perro blanco y a rezar para
que encuentre —o regrese— a su verdadero hogar; y os animo a todos a que me
acompañéis, tanto si creéis en algo más allá de este mundo de mierda, como si
no; pues estoy convencida de que, a veces, es más importante unirse para lograr
algo bueno que perderse en disquisiciones filosóficas que solo sirven para
frenar a los hombres de bien ante actos de crueldad como este.
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