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miércoles, 18 de mayo de 2016

Ladridos en el metro

Escribo esto porque necesito desahogarme y la escritura siempre ha sido una buena amiga:



Ayer, día 17 de mayo de 2016 a las 19:15, en el andén del madrileño Príncipe Pío, sucedió algo terrible.

Iba distraída cuando el metro se detuvo en la estación y entonces, al poner un pie en el andén, lo vi: un precioso perro negro de pelo brillante y con un bonito collar rojo agonizaba entre convulsiones y espumarajos. Junto a él, un perro blanco lo contemplaba sin saber qué le ocurría a su compañero. Apenas tuve tiempo para mirarlo cuando el animal agitó las patas, como en un último intento por huir, y dejó de respirar.

Me quedé en shock. Acababa de ver como aquel animal moría sin remedio delante de mí y yo no había podido hacer nada por evitarlo. Entonces, mientras contemplaba aquel cuerpecito vacío en torno al que habían comenzado a reunirse varios curiosos, escuché a una mujer exclamar con voz acusadora: “¡Sois unos criminales! ¡He visto como lo tirabais por las escaleras!”. Inmediatamente alcé la vista y los vi: dos gitanos rumanos maldecían entre dientes mientras la joven que los increpaba llamaba a la policía con agitación. Aquella pareja me resultó familiar enseguida, pues estas personas suelen turnarse para mendigar por los vagones de la línea y, en una ocasión en que había varios en grupo, uno de ellos trató de robarme la cartera. Viendo aquella estampa, de pronto, todo me cuadró: aquel perro muerto en medio de un charco de vómito y espuma estaba demasiado limpio y cuidado, y su collar, impoluto, tenía un pequeño colgante con un nombre grabado —su nombre—. Aquel perro había sido robado.
La gitana, escupiendo palabras en su idioma, se dirigió entonces hacia el animal, lo agarró por dos patas y lo arrastró por el andén, arrojándolo a un lado como quien deja caer al suelo un saco de patatas. Se me revolvieron las entrañas. Sentí tal rabia que las piernas me temblaron de impotencia y tuve el deseo de hacer justicia de mi propia mano.

En ese momento, los guardas de seguridad del metro aparecieron después de recibir varias llamadas y retuvieron allí a la “feliz” pareja. La chica que había llamado a la policía empezó a contar a los guardas lo sucedido y fue en ese momento cuando me enteré de toda la historia: aquellos dos gitanos rumanos habían colado a esos perros en el metro y le habían dado algo a uno de ellos. Este había comenzado a echar espuma por la boca y se mostraba incapaz de andar. Entonces, la mujer lo había agarrado del cuello y lo había arrojado escaleras abajo. El perro negro bajó rodando por las escaleras mecánicas hasta que, al llegar al andén, ya no fue capaz ni de respirar. Viendo que muchas personas se habían fijado en ellos, la pareja intentó esconder al perro en un desvencijado carro de la compra, pero enseguida la chica que había llamado a la policía corrió hacia ellos y se lo impidió.

La gitana, ante las preguntas de los guardas, no hacía más que negarlo todo y decir palabras inconexas: “no, no, el perro cayó solo, yo no toqué…”, mientras la joven, apoyada por dos testigos más, relataba lo ocurrido con impotencia. Entonces me fijé en que una de las chicas que se habían arremolinado alrededor del animal muerto rompía a llorar y un par de mujeres mayores tuvieron que irse porque no soportaban la frialdad de aquellas dos personas que, con brazos en jarras y expresiones rabiosas, estaban más preocupadas por estar perdiendo posibles limosnas que por lo que acababan de hacerle a aquel perro.

Al final, tras mucho insistir, apareció la policía municipal de Madrid y se llevó a comisaría a los dos gitanos y a varios de los testigos… Sin embargo, yo no puedo dejar de preguntarme, ¿qué pensarán los dueños del perro muerto cuando se enteren? Y lo más importante, ¿qué será del perro que quedaba con vida, aquel precioso perro blanco de collar verde? Me pregunto dónde lo habrían encontrado aquellos ladrones, ¿atado a un poste, esperando a que su dueño terminase de hacer la compra, o quizá jugando en el jardín de su casa? Porque, según me han informado, ahora esta gente está empezando a robar mascotas cuando sus dueños no miran para traficar con ellas.

Desde lo ocurrido he estado dándole vueltas, intentando convencerme a mí misma de que España aún es un país civilizado, de que la policía no permitiría que al perro le sucediese nada malo y de que se castigaría a aquellos desgraciados… pero siempre termino con el mismo temor una y otra vez. Honestamente, me da miedo pensar que ese animal siga en manos de aquella horrible pareja o que termine en una perrera a la espera de ser sacrificado.

Gracias a una buena amiga, esta misma mañana puse en conocimiento de una abogada amante de los animales estos hechos, con la esperanza de que haga valer la justicia por estos dos perros que, aunque no posean inteligencia ni voluntad, sí poseen dignidad y pueden ser víctimas de la maldad y la ignorancia de los que se suponen superiores a ellos.

Voy a tratar de seguirle la pista a ese perro blanco y a rezar para que encuentre —o regrese— a su verdadero hogar; y os animo a todos a que me acompañéis, tanto si creéis en algo más allá de este mundo de mierda, como si no; pues estoy convencida de que, a veces, es más importante unirse para lograr algo bueno que perderse en disquisiciones filosóficas que solo sirven para frenar a los hombres de bien ante actos de crueldad como este.

Ayer fueron dos perros, pero hoy, en algún andén de esta vida llena de hijos de puta, podrían ser dos niños.


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